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Espera y Confesión - 5/16

“Él creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido;” Romanos 4:18-21

El tiempo es un ingrediente activo e indispensable en nuestro universo. Nosotros nos movemos y vivimos en un mundo regido por el tiempo. Sin embargo, el tiempo en ocasiones se vuelve nuestro peor enemigo pues es irreversible, y este hecho nos desespera en nuestra espera. En nuestra humanidad el ver transcurrir los días y las horas sin ninguna señal aparente de ver realizarse las promesas de Dios en nuestras vidas, produce en nuestro espíritu abatimiento, quebranto y aflicción, y en esta confusión solemos debilitarnos en nuestra fe.

Es terrible esperar, pero es aun más terrible esperar con una mente llena de interrogantes que nos llevan a la incredulidad del poder divino. A Abraham se le había dado la promesa de que tendría un hijo con su mujer. El tiempo transcurría, y el escenario no se prestaba para la fe sino a la desesperación. Por esta causa Sara comenzó a idear como sería posible que se cumpliera el plan de Dios en la vida de su esposo y le sobrevino una brillante idea: darle su criada. Pero esto no era lo que Dios había dicho, el hijo de la promesa sería un hijo de ellos dos. El querer hacer cumplir lo que queremos por nuestra propia fuerza sin tener en cuenta a Dios, nos acarreará problemas.

Si usted pone atención el padre de la fe en su espera se había debilitado, y en su debilidad aceptó lo que Sara su mujer le proponía sin consultar con Dios. En nuestra espera pueden venir a nuestra mente muchas sugerencias de veredas que parecen llevarnos a obtener lo que deseamos, atajos cortos, que nos seducen para llegar más rápido al triunfo. Debemos estar consientes que los atajos nunca son el camino, solo hay un camino y este es la fe y la confianza en Dios. El  resultado que Abraham tuvo al tomar el atajo que Sara le sugirió fue Ismael, quien aunque como hijo le dio alegría, también le trajo tristezas, problemas y sin sabores; porque esta no era la respuesta divina sino la respuesta ideada por una mente humana tratando de ayudar a Dios. Nuestro Señor no nos pide ayuda, solo que le creamos.

Este hecho sin duda le dio al patriarca una gran enseñanza, pues experimentó en carne propia que las promesas de Dios solo se reciben por la fe. Él aprendió que el creerle a Dios lleva en la vanguardia confesión.  Es la confesión de la Palabra, la confesión de Sus promesas, la confesión de su Fidelidad, la confesión de su Poder  la que trae la fortaleza necesaria a nuestras vidas para esperar. Por lo tanto, él no se debilitó más en la fe al mirar las circunstancias. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido.

¿Estás cansado de esperar?  ¡No mires el tiempo! Fortalécete  como lo hizo Abraham en fe. Confiesa tu victoria confesando la Fidelidad y el Poder de Dios, y el milagro sucederá. ¡Amén!

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