“Más la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.” Juan 4:23
Muchas personas tienen una errónea definición de lo que es la alabanza. Por lo general se cree que alabar a Dios es llegar a la iglesia y batir palmas, danzar o saltar al ritmo de la música y cantar en alta voz. Sin embargo, alabar a Dios envuelve más que eso.
En primer lugar, diremos que la alabanza es la acción de glorificar a Dios, de ensalzarlo y bendecirlo por quien él es. Por tanto, esta acción de alabar requiere que el adorador conozca a su Dios, marca la responsabilidad que tiene el creyente de conocer aquel quien es el centro de la adoración.
La Biblia nos dice que nuestro Dios es grande, poderoso, creador de todo lo que existe, él es rey y está sentado en su trono sobre toda autoridad. El profeta Isaías nos dice que, él lo vio sentado en un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo, y los serafines que estaban a su alrededor proclamaban la santidad de nuestro Dios. Al conocer esta verdad no podemos adorarle de cualquier manera.
En segundo lugar, Jesús nos dice: que los verdaderos adoradores adoraran al Padre en espíritu y verdad. Esto envuelve nuestro ser interior, el nuevo hombre renacido cuando aceptamos a Cristo, un corazón lleno del Espíritu de Dios. Adorar en espíritu y en verdad no es adorar de cualquier manera, llenos de resentimientos, envidias, o enemistades, ni tampoco es entrar a la alabanza de una manera desordenada sin reverencia, ignorando a quien estamos adorando.
La Palabra nos muestra que el Padre busca aquellos adoradores que le adoran en espíritu y en verdad, ósea con reverencia, seriedad, santidad y entrega. Así que, revisemos nuestro corazón y preparémonos para alabar Aquel quien es digno de todo honor. ¡Amén!
