“Y Acán respondió a Josué, diciendo: verdaderamente yo he pecado contra jehová el Dios de Israel, y he hecho así y así: que vi entre el despojo un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos; lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido debajo de tierra en el medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello.” Josué 7:20-21
El pueblo de Israel había alcanzado mucha fama por las victorias adquiridas entre los pueblos cananeos. Con el ánimo alto, se dispusieron para atacar al reino de Ai, llevándose en este intento una gran sorpresa y una gran lección.
Los israelitas estaban atónitos, habiendo conquistado Jericó de una forma fácil, ahora frente a el reino de Ai que era mas débil y chico que Jericó, eran derrotados.
Josué como líder del pueblo, buscó a Dios para encontrar el motivo de esta terrible derrota. Y Dios le contestó diciéndole, que por la desobediencia al mandamiento que les había dado, el pueblo había sido derrotado. Dios les había dado la promesa que ellos conquistarían la tierra, pero también les había dado un mandamiento el cual no cumplieron. El pecado obstaculiza las victorias.
Dios les había dicho que destruyeran todo en la ciudad de Jericó, oro y plata lo consagraran al tesoro de Jehová. Pero, Acán, un hombre del pueblo de Israel desobedeció el mandato y miró lo que no tenía que mirar, y la codicia lo llevó a transgredir el mandamiento.
Muchas oraciones no son contestadas por causa del pecado, pecados ocultos en lo íntimo del corazón. Acán tenía el fruto de su pecado escondido en su tienda, pero de Dios nadie se puede ocultar.
Mirar el pecado puede provocarte la codicia, y esta puede llevarte cautivo hasta transgredir los mandamientos de Dios. ¿Para donde estás mirando tu? Recuerda el dicho que dice: El que juega con fuego se quema. Se sabio, y no pongas tus ojos en lo prohibido, pon tus ojos en Jesús. ¡Amén!
