La Bienaventuranza de Congregarnos en Una Iglesia
El deber de todo cristiano nacido de nuevo es el de congregarse en una iglesia cristiana cercana a su domicilio. Dios estableció a los pastores como sus ministros para entregar al pueblo redimido congregado en una iglesia la Palabra que instruye, exhorta, redarguye y enseña. Además en el libro de Hebreos 10:25 se nos exhorta a no dejar de congregarnos como algunos tienen por costumbre.
Conjuntamente con el mandato de no dejar de asistir a la iglesia, encontramos una hermosa bienaventuranza que proviene del convivio de los hermanos en la misma fe. El rey David en el Salmo 133 declara de una forma poética la bendición que implica el estar congregados en una iglesia. El Salmista comienza diciendo que es bueno y delicioso el habitar los hermanos juntos en armonía. ¿Por qué? Porque es como el buen óleo, el aceite de la unción que representa al Espíritu Santo descendiendo sobre Aarón, la figura sacerdotal. Este óleo no solo se queda sobre “Aarón”, ósea el ministro, sino que baja hasta el borde de sus vestiduras, implicando que esa misma unción llena a toda la congregación de los santos reunidos en unidad y armonía en la iglesia. Además lo compara al rocío de Hermón que desciende sobre los montes de Sion, haciendo David alusión a esos altos montes de Israel que al recibir el rocío acumulaban grandes cantidades de agua que le permitían refrescar toda la tierra abajo. De igual forma, el rocío espiritual, la Presencia del Dios todopoderoso, descenderá, llenara los corazones, y saciara la sed espiritual de los asiduos creyentes reunidos en su presencia.
El salmista encierra su precioso poema enfatizando lo importante de reunirse o congregarse con una brillante declaración: “Porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna.”