SANTIAGO 3: 1-12
En
la Epístola de Santiago, en el capítulo 3 encontramos una tremenda
enseñanza para nuestra vida Cristiana. El Apóstol nos insta a poner
atención a unos de los órganos más pequeños de nuestro cuerpo, la
lengua. El comienza diciendo que todos ofendemos muchas veces, y en
verdad ¿quién puede decir que nunca ha ofendido con sus palabras?
Santiago dice que la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua
esta puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo.
Una lengua sin control nos intoxica, puede manchar todo el cuerpo, y afecta nuestra relación con Dios. A
veces ponemos atención para no caer o tropezar en diferentes pecados,
sin darnos cuenta que con la lengua también pecamos: pecamos contra
Dios, y contra nuestros semejantes que están hechos a la imagen de Dios.
Con la lengua sin control, en medio de cualquier enojo dañamos el
corazón de nuestros familiares y nuestros hermanos en Cristo, y en
muchos casos damos un pésimo testimonio a los de afuera que todavía no
han conocido a Cristo.
Se
cuenta que en cierta ocasión un niño tenía un gran problema de enojo y
le era muy difícil controlarse. Su papá le compro una caja de clavos y
le sugirió que cada vez que él se enojara y no pudiera controlarse fuera
y clavara un clavo en la cerca de madera que tenían en el patio. El
tiempo transcurrió y el niño siguió las instrucciones de su padre y cada
vez que se enojaba clavaba un clavo y así hasta acabar la caja. Cuando
le dijo a su papá que ya había clavado todos el papá le contesto que
ahora cuando se enojara quitara un clavo de los que había clavado por
cada vez que se enojara, y así lo hizo. Cuando el niño termino de
sacarlos todos y regreso a contárselos a su papá, este le tomo de la
mano y lo llevó a la cerca donde había clavado, y le dijo: Así como el
clavo dejó una marca imborrable en la cerca, así mismo tus palabras
ofensivas en tu enojo dejaron huellas dolorosas y profundas en el
corazón de la persona a quien se las dirigiste. Con nuestra lengua
bendecimos a Dios y al mismo tiempo hacemos pedazos a los que nos
rodean. Pero esto no agrada a Dios, por lo que tenemos que aprender a
controlar este pequeño miembro de nuestro cuerpo.
Sin embargo ningún hombre puede domar la lengua en su propia fuerza, porque la
naturaleza pecaminosa que está en nosotros inspira las malas palabras;
está más allá de nuestro control. Sólo la obra del Espíritu Santo en
nosotros puede poner a esta destructiva fuerza bajo control. Por lo
tanto, sometamos nuestra vida entera al Señor y entreguemos todas estas
aréas de enojo, mal carácter,
ira, griterías y contiendas, y sobre todo este pequeño órgano de
nuestro cuerpo llamado lengua para que nuestro buen Dios por medio de su
Espíritu nos perfeccione, afirme, fortalezca, y establezca en El.
1de Pedro 5:10
Ministerio Josue Yrion