¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Lucas 15:4-6
Que gran Salvador nosotros tenemos, es un hecho que no podemos olvidar. Sí no hubiera sido por el gran amor del Señor, nuestra alma estaría perdida por toda una eternidad.
Con nuestra mente humana y por tanto limitada, no podemos entender el gran amor de Dios. No podemos entender como un ser tan sublime, pudo dejar su trono de gloria, y venir a este mundo a tomar nuestro lugar. Es inaudito pensar, que, sin nosotros merecerlo, por amor, el puso aun lado su realeza, su divinidad, su señorío, y se vistió con la naturaleza humana para venir a este mundo a socorrernos.
Una vez un hombre en una tribu africana cayó en un pozo y se lastimó una pierna y estaba allá en el fondo del pozo agonizando de dolor. Nadie se atrevía a ayudarlo porque nadie tenía la fuerza y fortaleza corporal para descender y subir a otro hombre. Todos sabemos que un jefe de una tribu en África siempre es el mas fuerte y hábil. Por lo tanto, el jefe de la tribu fue llamado. Cuando el jefe vio la angustia del hombre que se había lastimado, se quito el enorme ornamento de su cabeza con sus plumajes y, se despojó de su ropa ceremonial que lo distinguía de todos y lo hacía el jefe tribal. Luego el jefe bajó al pozo, puso el peso herido del hombre sobre si mismo y lo sacó del pozo. El jefe hizo lo que nadie mas podría hacer. Esto fue exactamente lo que Cristo hizo por nosotros. El descendió al pozo para rescatarnos por medio del acto de tomar el peso sobre si mismo de nuestros pecados.
Así como el jefe tribal no tuvo reparo en dejar a un lado su poder y autoridad, el ornamento de su cabeza con sus plumajes y su ropa ceremonial y descendió al poso para sacar al hombre herido, Jesús también dejo de un lado sus honores celestiales, para venir a este mundo a redimirnos de todo pecado, a sanar nuestras enfermedades, y a darnos una vida abundante y eterna.
Honremos pues, a nuestro Salvador. Nunca olvidemos que el gran Pastor descendió del cielo para buscar una oveja descarriada como tú, y como yo. ¡Amén!